Historia x 2 es una historia que no sabemos como va a seguir, uno escribe una parte y otro la sigue por dónde le parece y así se va construyendo. Para leerla recuerda que siempre estás viendo en la parte superior la última publicación. Si es tu primer visita vé primero al primer post. ¡Que lo disfrutes y que sea lo que la imaginación quiera!

lunes, 12 de diciembre de 2011

4. Flor

- Pero ¡¿Qué pasó?! ¡¿Qué fue ese estruendo Lucia?! - Preguntó entrando en la habitación con cara de preocupación.
- Nada Begoña... Se rompió el espejo - Contesto Lucia con un tranquilidad un tanto extraña para estar de luto pero a la vez atemorizante.
- ¡Entonces pasó algo! - Contesta Begoña ofuscada - Nada... ya te lo dije... un simple accidente - Le dice mirándola secamente pero con una pequeña luz en sus ojos que delataba algún deseo, aunque por la parsimonia de su cara no parecía uno halagüeño.
- ¡Por Dios! ¿Pero no sabes lo que ha costado ese espejo? Siempre lo mismo contigo, tienes que tener más cuidado. Siempre terminas rompiéndolo todo, nada te dura - Y con eso Begoña se fue refunfuñando de la habitación no sin antes decir - Te aviso que en media hora ya esta el almuerzo servido, así es que mas te vale no hacernos esperar, ya sabes que a Carlos no le gusta esperar - y con esto se esfumó escaleras abajo.
"A Carlos no le gusta esperar"... Claro que no le gusta esperar, en especial cuando se trataba de manosearla por las noches, cuando se supone que todos dormían o tenía que masturbarlo mientras la estúpida de su madre, Begoña, roncaba en la cama gracias a todos los fármacos para dormir.
Sí, Begoña era el nombre de la madre, la misma que nunca se enteraba de nada. Era una mujer delgada, pero en extremo, ya los años habían pasado por ella, el único problema es que la que parecía no percatarse era la propietaria de los mismos. Vestía como toda vieja ridícula que intenta hacer una performance de quinceañera cuando ya está casi llegando a los 50 años. Tenía los pelos largos, teñidos de negro intentando tapar las canas que brotaban de sus raíces como un ejercito implacable, y peor aún era que los llevaba largos como si fuera una jovencita. Gracias a que era un poco esquelética, cuando llevaba ropa y estaba de espaldas, hasta llegaba a parecer una chica joven, el problema es cuando se daba la vuelta y veían que su cara, al igual que los papiros, databan años que bien podrían calcularse con el carbono catorce. Sus labios siempre estaban pintarrajeados de rojo intenso, porque ella pensaba que eso la hacía "más sexy" y en realidad parecía una prostituta borracha. Se ponía pantalones de cuero, lo más ajustados posibles para marcar su "figurita", que estaba compuesta de piel pegada a huesos. Begoña más que parecer una mujer moderna y atractiva se asemejaba a esas flores marchitas que uno se resiste a tirar y quedan aún peor con colores y olores fétidos. Pero esto no era lo grave en Begoña, porque en definitiva una persona se caracteriza también por su interior. Lo que más le molestaba a Lucía es que Begoña fuera tan estúpida y puta. Sí, era su madre, pero no era como las madres de las propagandas, o como en esos hermosos escritos en honor a la santa madre. La madre de santa no tenía nada. Y tampoco de tacto... A la madre le importaba una sola cosa, ella misma. De hecho siempre le decía, cuando nadie las escuchaba, que a ella la tuvo para poder retener al que fue su padre. Pero que fue un error, y que de ello aprendió dos cosas: Que no se retienen con hijos a los hombres y que en realidad se pueden ir gracias a ellos. Y eso es lo que había pasado. Begoña no tenía inconvenientes en echar la culpa a su hija de que se le había "escapado" ese hombre. Y que en realidad se asustó porque ella había nacido. Acto seguido, como si nadie se diese cuenta, le decía con aire de histérica superada: "- Pero yo no me arrepiento -", como al que le toca en la vida una desgracia y lo asume con coraje. Aún así, este aspecto de su estupidez tampoco era el más importante ni siniestro. Lo oscuro, lo triste, lo deprimente de su madre era que siempre se había aprovechado de ella para utilizarla como excusa, para descargar sus iras o insultarla con esa locura febril que siempre le rondaba en la cabeza. En especial cuando la abandonaban algunos de su tantos machos pasajeros. Con todos era la misma historia. Los conocía, se acostaba rápidamente y al poco tiempo los tenía metidos en su casa. Begoña vivía en una especie de obsesión por tener a un hombre. Por un lado se hacía la mujer independiente, moderna, la que todo lo podía y en cuanto aparecía un hombre se convertía en su Geisha, en su cierva arrastrada. Y lo más triste es que todo lo que decía el macho de turno iba a misa, era cierto, era real, era así. No había posibilidad de dudar, de que se equivocase, de que hubiese algo que no encajase. Con lo cual en cuanto se dio cuenta que tener una niña era un estorbo la envió a un internado durante un tiempo. Y en realidad fue una buena idea. Eso era mejor que estar en la casa, porque más de uno se acercaba a su cama de noche y le hacía cosas. Cosas que no se podían decir. Y ni siquiera por las amenazas de los abusadores, sino porque la primera vez que se lo dijo a su madre le pegó un fuerte cachetazo, la insulto, le dijo envidiosa, que no la quería ver feliz, y después de encerrarla en su cuarto, tomó la "sabia decisión de enviarla a un internado". Pero claro... hasta que volvía a abandonarla el hombre y Lucía volvía a los brazos de mamá... Que más que brazos eran como garras de un monstruo torpe que destroza todo lo que toca. Cuando tenía que volver a la casa, la madre la usaba como paño de lágrimas, le contaba sus penas, y al otro día le decía que era todo su culpa, como con su padre biológico. Lucia aprendió a escuchar siempre en silencio, no podía responder, sabía que los golpes vendrían después. Aparte ya tenía suficiente con que el "padre" de turno le quisiese pegar, que por supuesto que estaba justificado según su madre. Inclusive hubo uno... uno que fue el único que no merecería morir... Luis. Fue el único bueno que tuvo la madre, pero si los malos duraban poco, este duraría menos. Y en efecto fue el que menos duro, pero al menos Luis se apiado de ella y logró que durante una época la enviase al psicoanalista. Por supuesto que nunca podía llamarla "mamá" porque eso la hacia "parecer vieja", de ahí que la tenía que llamar siempre como Begoña... - Llámame Begoña, como la flor - solía decirle la madre y ella siempre pensaba "pues mejor llamarte Hija de puta... o como la flor... Flor de hija de puta", pero se lo guardaba, como tantas otras cosas. Y ahora, sin su novio, estaba ahí, con la flor... Esa flor que estaba más preocupada por un espejo de mierda que por su hija que había cremado a su novio hacía menos de 24 horas... Begoña....Flor...

- "¡Te dije que bajes, la comida ya está servida y Carlos en la mesa! ¡Y no seas estúpida y no rompas más nada que bastante que te tengo aquí de nuevo!-
Con la tranquilidad que da lo gélido comenzó a salir de la habitación, caminado tranquilamente, ya no había sufrimiento, ya había renunciado al amor, al placer y al sufrimiento, ahora sentía ese calor helado de la venganza en sus labios.
Fuego... fuego... que maravilloso es el fuego... todo lo purifica... Y así comenzó a bajar las escaleras viéndolo todo con minuciosidad, con detalle como si estudiase y saborease cada cosa que llegaba a sus sentidos que ahora se le antojaba que tendrían un propósito.

Y contestó suavemente: - "Estoy yendo Begoña, estoy yendo..."

domingo, 11 de diciembre de 2011

3.

Parecía que por fin las cartas se daban la vuelta y se enseñaban a la vida, ya no cabía la culpa, no había represión en su cabeza, parecía que la bomba detonada en su psique había propiciado la comunión de su mundo interno con la realidad, por eso ésta se percibía tan extraña, pero tan familiar, así, lo que ella más se había esforzado en esconder arrojándolo más allá de los límites de sus entrañas campaba ahora a sus anchas por sus pensamientos con una impunidad casi insultante, como cuando el culpable sale libre sin cargos. La caja de pandora se había destapado, ya no había censura en su corazón, oscurecido por los golpes que le daba la cruda realidad cada vez que ella quería despertar de ese mal sueño, ¿por qué le tenía que pasar a ella? se enfadaba porque en realidad ser feliz era tan fácil... solo necesitaba una cosa, el dinero daba igual, el trabajo, todo, solo le necesitaba a él, la referencia de su vida y el punto de equilibrio, ¡¡No era justo!! Mientras reflexionaba, le remató su última deducción, se dió cuenta de que el sueño en verdad era lo que había vivido con Alex, ahora simplemente despertó, cayendo de nuevo en su realidad, él la había devuelto allí con su muerte, por eso le guardaba rencor en un punto. Imágenes de sus padres se mostraban en su cerebro a modo de destellos, y por otro lado llamas, llamas de fuego, el último invitado a la siniestra fiesta, pero que quizá sería el último en abandonarla. Todo esto ocurría mientras ella seguía mirando su imagen en el espejo, la cual era fría tranquila, dispersa. Así de golpe, como si se desdoblara, la imagen pareció tornarse independiente, erguida, diferente, ahora parecía que esa imagen le miraba a ella, seria, despreocupada, no hablaba pero le transmitía tantas cosas a Lucía..., aquel rostro tan inexpresivo como siniestro estaba como si no hubiera pasado nada, como si ya conociera la historia, esperaba el resultado sin sorpresas, ya sabía que la felicidad era una utopía, no tenía expectativas de lo contrario por lo que no estaba triste. A Lucía le indignaba que esa mirada la siguiera observando impávida, ausente de toda acción y emoción, las pulsaciones se incrementaban, flashes de fuego y de sus padres reclamaban un sitio preferente en la construcción de sus ideas, su cerebro trabajaba a un 200%, aparecía Alex también, casi podía saborear momentos dulces con él que se desvanecían haciéndole sentir puñaladas de dolor, desgarros que cada vez hacían menos daño, hasta que de repente la serenidad entró en escena, la calma, la estabilidad. Siguió en el espejo, pero tomó el control, ¿ahora quién miraba a quién? Ese espejo ya había provocado demasiado, cogió el frasco de colonia de su padre, ese que había usado desde hace tantos años, esa esencia de muerte y eternidad que tanto la había atormentado en el pasado; lo tiró contra el espejo, que rompió en un estruendo de mil pedazos, tantos o menos como en los que se había quebrado su alma. Aquella imagen observante, desafiante, aquella proyección de sí misma pasó de intimidar a ser destruida en lo que dura el surgir de unos pensamientos. La esencia externa de Lucía desapareció con aquella imagen, murió cuando entendió la eternidad a la que estaba confinada, ahora, perdida la esperanza, perdido el miedo; la mirada de Lucía se volvió oscura, al igual que su corazón. La muerte ya no importaba, a pesar de que todo estaba impregnado con su olor, se respiraba; pero ya había estado caminando sobre ella toda la vida, prueba de ello era cómo estaban las cosas ahora.
De esta manera, sin temores que esquivar, desechó sus recuerdos torturantes, sublimándolos en su propia sangre, desafiando al dolor se infringió seis cortes, tres en cada brazo con uno de los cristales que simbolizaban la victoria del mal sobre su alma, no le dolieron porque ya no se sentía viva, las terminaciones nerviosas ya no transmitían nada a su cerebro, era muy triste, pero a la vez se había vuelto invencible, podía tener la contundencia de un kamikaze japonés, la determinación de una máquina destructora, y lo peor, estaba enfadada, furiosa, pero su piel era fría, hasta su pelo parecía que dejó de brillar.
Se ajustó el vestido negro con el que había dormido, como sí no se lo fuese a quitar en mucho tiempo, se apretó el colgante de Alex al pecho, aferrándose a él tan fuerte como si fueran a fusionarse. Se sentía poderosa y le gustaba. Y salió de la habitación esbozando una sonrisa, preparada para una guerra que sentía, ya había ganado.
Ahora empezaba el juego... el juego de Lucía.

sábado, 10 de diciembre de 2011

2. Como

No quería verlo. No podía encontrarse con aquello inevitable, con esa mirada que le diría que sabía que esto pasaría, que no podía haber nada tan bueno en su vida. Pero miró y se encontró frente al espejo. Estaba vacía, inerte, con una tristeza tan grande que le pesaba el corazón. Y en su mirada encontró aquello ominoso, oculto y siniestro que le decía "te lo dije". Lucía se había quedado dormida luego de una noche de llanto. Ese que es angustioso, desesperado y que intenta dar un manotazo para no ahogarse del todo en un mundo oscuro. Su novio había muerto. Lo único que le daba algo de sentido a su vida, el único que le hizo creer, como si de una broma macabra se tratase, que en la vida hay cosas realmente buenas. Pero justamente eso es lo que murió. Y lo peor que con él se murieron sus ganas de seguir en este mundo. ¡Hijo de puta! ¿por qué te tenías que morir? ¿No podías seguir viviendo un poco más y hacerme creer que algo vale la pena?. No podía más... la pena la hundía, la dejaba vacía. Ella sabía que mucho nunca había tenido, pero ahora eso poco se había ido con él. Levanto sus ojos celestes, siempre angelicales y ahora enrojecidos y se volvió a mirar. Sus pelos rubios y lacios como hilos de oro parecían no estar acorde con su luto, pero si con su estado interior... enmarañados, desorganizados y hasta enojados. A veces nos pasamos la vida sin vivirla y otras podemos vivir una vida entera en un solo día. Eso pensaba... Y recordaba... Recordaba a esa señora que se le acercó en el velatorio y le dijo "seguro que está en un lugar mejor"... ¡Claro que estaba en un lugar mejor! Cualquiera podía estar en un lugar mejor que el de ella, ahora en esa casa, de vuelta con sus padres. También recordó como otra señora más anciana, que tenía la cara llena de arrugas, como si de un acordeón se tratase, se le acercó mientras cremaban el cuerpo de su novio y le dijo "Hija... el fuego purifica todas las almas". Todo era confuso, todavía estaba vestida de negro, se había dormido vestida... Quizás por eso tuvo ese sueño tan raro, tan vívido. Cómo le hubiese gustado poder volver a ver a aquel psicoanalista... el único que en vez de etiquetarla la escuchó. Con él podía hablar, hasta que como siempre los padres no la dejaron ir más. De golpe se esbozó una sonrisa al recordarlo, con cara adusta pero amigable le decía "cuénteme como fue el sueño". Y por primera vez habló y contó su sueño: Estoy en un salón, y como un sandwich, como una frutas, como unos bombones, como unos canapés, como y como y como. Y le vino a la a cabeza otro pensamiento ominoso, oculto que ya no necesitaba estar en la oscuridad... cómo... ¿Cómo prender fuego la casa sin que la descubran? ¿Cómo purificar con fuego su vida quemando a sus padres en ella?... ¿cómo?

viernes, 9 de diciembre de 2011

1. Capítulo 1: ¿Hay alguien?

Con la percepción alterada, el alma dolorida tras un golpe esperadamente inesperado, las sensaciones con un sabor diferente filtradas por su dolor tornándose amargas, como cuando se saborea el agua en estado febril, con todo eso trataba de enfocar una realidad que no le gustaba pero que necesitaba encontrar, como si su máxima aspiración fuera una conquista indeseada. Así, lo cotidiano y lo nuevo se tiñeron de gris. El pasado era triste y el futuro era incertidumbre lastrada, condicionada por el ayer, ¿y el presente? ¿Acaso existía un presente? El ahora dejaba de serlo en un momento, se volvía a convertir en ese difícil pasado y en un suspiro ya llegaba el futuro, que venía arrasador e incontrolable, lógico y elocuente como la evidencia, pero a la par irreal, porque no está, lo único seguro es que era impredecible, no existía, no sabía si deseaba que llegase pero no podía elegir. Así amaneció, con certezas inciertas que se agolpaban en su mente y que casi peleaban unas con otras, pero se levantó y se acercó.......